Recopilación de mis peores microrrelatos.

Los mejores jamás los escribiré.





© El lado izquierdo. All Rights Reserved.


Instagram

jueves, 22 de noviembre de 2012

La última piedra


Nada más terminar el entierro del abuelo,  Zacarías tuvo que llevar las cabras a pastar. El camino de cada día, el duro camino diario. A sus veintidós años, su curtida piel y su expresión pensativa le hacían aparentar más de treinta. Era una persona atemporal y vivía anclado en un escenario aislado. Artesano, pastor, conocedor de los secretos de las plantas y animales de su entorno.

Y ya lo echaba de menos. Él se lo enseñó todo, incluso a leer y a escribir. Se sentó a la orilla del lago y cogió una piedra. La desechó y agarró otra más grande y plana. Esas eran las buenas. La lanzó sobre la superficie del agua y saltó siete veces como una rana. Eso también se lo enseñó el abuelo. Lloró por última vez mientras el sol se escondía y comprendió que era la última piedra que hacía saltar en el lago.
Al día siguiente saldría por primera vez del pueblo.

Como todos los días en ese último año, la cena era escasa: pan duro y leche. Nadie habló hasta que Zacarías comunicó su decisión de trabajar en la ciudad al resto de la familia. Durante un breve espacio de tiempo el silencio volvió a ser el protagonista  a la luz de los candiles, interrumpido por el brusco golpe de puño en la mesa que dio su padre y el estallido del cuenco de leche en el suelo. El padre salió de la casa y Zacarías fue detrás de él. Su padre sabía que este día llegaría, pero se negaba a que su hijo mayor abandonara sus tareas en el campo y con las cabras.

- No puedes irte ahora, Zacarías. Es un año de escasez y te necesito en el cortijo.- El padre parecía más tranquilo.

- Precisamente, padre. Casi no tenemos nada mientras que nuestros vecinos tienen luz eléctrica. Incluso algunos tienen un tractor en vez de una mula vieja. Si marcho a la ciudad puedo ganar dinero como los demás jóvenes y enviarlo aquí. Allí se gana dinero, hay fábricas, restaurantes y tengo 500 pesetas que me guardó el abuelo para esto. Puedo pagar el tren y varias semanas en una pensión.

El padre terminó de liar un cigarro y lo encendió.

- Prométeme que volverás si te necesito.

Zacarías le arrebató el cigarro y le dió una calada.

-Vamos padre, hace frío.

Una muda limpia y el traje de los domingos era todo su equipaje.Estaba nervioso y subió a la ermita a despedirse de la Virgen. Después de rezar varios minutos sacó de su cartera unas cuantas flores silvestres que recogió por el camino y las dejó en el muro junto a la puerta a modo de ofrenda. Se santiguó tres veces y partió.

No pensaba en nada, sólo caminaba. Zacarías sabía que pasaría mucho tiempo en volver al pueblo. Sólo quería volver cuando fuera un hombre de provecho, con una familia y con su propia vida hecha.
A las 5 y media llegó a la estación. Obsoleta. Vacía. Buscó la taquilla, estaba cerrada. No había nadie que le atendiera y se sentó a esperar.

A las seis en punto a la vez que llegaba el tren, el segundero de su reloj de pulsera se paró.
El tren no lo hizo.

Sierra Nevada

Olmos, álamos y fresnos en sus bosques delatan el escurrir de los arroyos que emanaron de las fuentes abastecidas por las nieves de su nombre y regaron los campos que en su día trabajaron con orgullo hombres y mujeres que emigraron y que hoy sueñan con volver a beber el agua de las fuentes que son nutridas por las nieves de su nombre y que dejan escurrir por su ladera arroyos delatados por los olmos, álamos y fresnos de sus bosques.